La primera parada es la tourist information, en donde al final no compramos la Travel Card, puesto que San Francisco es una ciudad que invita al transporte gratuito. Pues bien, tras eso, nos dirigimos al Pier 39, el muelle con más ambiente del puerto. Decidimos que antes de ponernos a ejercer de turistas debemos llenar el buche. Y que mejor sitio que Bubba Gump. A quien le suene el nombre que no se extrañe, eso es porque habéis visto la película de Forrest Gump. Resulta que existe una cadena de restaurantes por todo EE.UU. que recrea todas las aventuras y desventuras de este peculiar personaje cinematográfico, con tiendas de souvenirs incluidas.
Por fin reponemos fuerzas y tras ello nos damos la correspondiente vueltecilla por el muelle. Comprobamos que la fruta en los puestecillos del lugar está prohibitiva y seguimos rumbo a Nob Hill y Russian Hill.El camino discurre a lo largo del puerto y hacemos una pequeña parada en un museo de antiguas maquinas recreativas.
Supongo que cuando alguno de vosotros piensa en San Francisco lo primero que se os viene a la mente son las enormes cuestas entre las casas de estilo victorianas. Pues esto es, en su gran parte, Nob Hill y Russian Hill. Y es aquí también donde está Lombard Street, esa pequeña calle en curvas y llena de flores. Siempre hay dos opciones de ver esta parte de la ciudad: el típico tranvía de los años 30 que la mitad del mecanismo es manual, o bien se puede ir andando. Pues bien, nosotros decidimos dejarnos los gemelos en las simpáticas cuestas san francisqueñas.
Por si no estábamos cansados de subir y bajar cuestas, proseguimos la marcha hacia uno de los puntos más altos de la ciudad, el Telegraph, una torre cilíndrica blanca desde donde se ve todo San Francisco. No va más. De vuelta al tren pasamos por la Levi’s Square y mañana será otro día.
Y hoy es otro día (a partir de ahora las entradas corresponderán a más de un día). Hoy si que conseguimos levantarnos a una hora decente y partimos hacia la Downtown. Como no, tiramos de piernas, que empiezan a estar resentidas, y vamos andando haciendo pequeñas paradas a lo largo de la calle: el estadio de los SF Giants, el equipo de beisbol de la ciudad, fotos en el puente de Oakland y ya llegamos a la calle Embarcadero, que nos deja al lado del Ferry Building. Es aquí donde empiezan todos los rascacielos.
Evidentemente, después de ver Nueva York, es muy difícil que alguna de estas edificaciones te pueda sorprender. No obstante, en esta ciudad vi ciertas diferencias. Al ir caminando entre los enormes bloques no tuve en ningún momento sensación alguna de agobio. Subiendo por Sacramento Street hacemos nuestra primera parada en el Hyatt Regency Hotel para ver su peculiar hall de entrada. La siguiente parada a destacar es en el Transamerica Pyramid, el, y cito textualmente, “edificio más alto y visible de San Francisco”, de 260 metros de altura y que en su época creó bastante controversia por su extraña construcción.
Esta vez toca comer en un italiano, el Mangia Tutti, entre la Downtown y el barrio chino. Y por lo tanto, después de eso nos metemos en el barrio chino. Y aquí vuelvo a encontrar notables diferencias entre el neoyorquino y el san francisqueño. Este es…cómo decirlo…más elegante. Son tiendas tiendas, más definidas y casi sin posibilidad de regateo, lo cual no es un punto a favor, claro que la calidad de los productos aparenta ser bastante superior.
De ahí a Union Square. Y lo primero que toca al ver un trocito de verde es echar una cabezadita de 20-30 minutos. Union Square tampoco tiene mucho que ver más que el propio ambiente de la plaza que ejerce de pequeña vía de escape al ensordecedor ritmo de la gran ciudad (que poético).
Esta noche teníamos programada una cena de despedida con Richard, por lo tanto no nos podemos entretener mucho. Nos pegamos un paseo hasta el ayuntamiento, para tener una primera impresión del mismo y de vuelta al tren.
La cena fue en un restaurante que mezclaba la cocina española con la china aunque también creo que se les pegó algo de la francesa, por el tamaño de los platos. De sabor estaban bastante buenos. Fueron unos pinchos morunos, unos montaditos de chorizo con huevo, unas bravas, una minitortilla y calamares. El sitio se llamaba algo así como Tapas, y desde luego hacia honor a su nombre, eso sí, el precio se ajustaba mas a un sitio llamado medias raciones.
Después de eso tocaba la correspondiente copa. Así es como descubrimos que Palo Alto tiene vida. Y no me extraña puesto que está al lado de la Universidad de Stanford. Tras un par de mojitos y algunas mujeres vistas decidimos volver a casa ya que el cansancio se adueña de nosotros. Buenas noches
Sed buenos.
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