Día 1: Llegada a NY

Tras la experiencia de pasar la noche en el aeropuerto de Dublín, cada uno a su manera intenta sobreponerse al cansancio que se acumula a la espera de que llegue el momento de facturar las maletas e irnos a embarcar. Son las 7 de la mañana y por el camino, como hay hambre, hemos desayunado en el Mc Donald´s, claro preludio de lo que puede llegar a ser una constante los próximos 30 días.

Tras facturar el equipaje y pasar el primero de los controles, cruzamos el duty free y llegamos a la zona de embarque, en ese momento, rellenamos los documentos de inmigración y dada la hora que era, la azafata de turno nos coló en una primera fila que estaba allí formada por pasajeros de distintos vuelos con destino a EEUU. Cuando ya creíamos que todo se reduciría a embarcar y listo, giramos por un pasillo y… zas en toda la boca, nos encontramos con algo que empiezo a constatar que es típico y un hobby de los americanos, formar colas interminables que son magistralmente comprimidas en interminables eses a modo de serpiente e introducidas en salas ocultas a la vista hasta que no te queda más remedio que comerte la cola con lo que más te guste.

Pues eso, que giramos por un pasillo y entramos en una sala hasta los topes de gente esperando para cruzar el control inmigración, que en lugar de estar en NY estaba en Dublín. Solo puedo deciros, que algunos de nosotros pasamos verdadera angustia al ver cómo nos llamaban por nuestro nombre y apellidos a través de la megafonía del aeropuerto para que fuéramos de inmediato a la puerta de embarque y nosotros allí, sin poder hacer otra cosa más que preguntar para ver si nos podían colar o algo, pues no, lo más relajante que pudimos oír fue: “Don´t Panic”, hasta que finalmente, una azafata nos dijo que no se iban sin nosotros. Respecto al control, me lo esperaba más duro, nos hicieron una foto, toma de huellas y una serie de preguntas en plan quien eres, de dónde vienes, a donde vas, que pretendes, con quien vienes y cuando te vas… puro existencialismo aduanero.

El viaje no se nos hizo excesivamente pesado, íbamos pegándonos unas cabezadas de libro y tras intentar digerir una comida horrible que nos pusieron, con una puntualidad británica tomamos tierra en el aeropuerto JFK de Nueva York a las 12:45 hora local.

Tras recoger el equipaje, siempre un momento delicado, pusimos por fin, los pies en suelo americano. Allí, nos recogió Walter con su furgoneta, un agradable señor colombiano que bien podría pasar por el hermano de Antonio Gala y que nos llevó rumbo al 238 de Madison Avenue, nuestro apartamento.

La verdad es que el apartamento es casi perfecto, por precio, por ubicación (dos manzanas del Empire, del Chrysler, de la 5th), por todo.

Para hoy no teníamos planificado nada así que decidimos salir a pasear y hacer una primera toma de contacto que al final fue una paliza que incluyó patearnos hasta la 33th con la novena, el Madison Square, subir hasta Time Square, bajar por Broadway, cruzar a la 5th y subir al Empire State Building (donde estuvimos haciendo una cola de esas que comenté antes durante 1h).

Mi primera impresión de NY es que está sobredimensionada, está pensada a lo grande, todo es grande hasta el exceso, las calles, los edificios, los coches, la gente, todo. Mi segunda impresión es que no debes esperar nada más de lo que has visto en las pelis, creo que no hay que exigirle más de lo que es, solo esperar colocar todo eso que has visto ya en la tele y los libros en su sitio y en el conjunto que forma la ciudad y dejarte llevar como un neoyorquino más. Visto de ese modo esta ciudad tiene pinta de ser espectacular.

Aunque volveremos a pasar por los sitios en los que hemos estado hoy, os dejamos unas fotos de Time Square y las vistas desde el Empire, ambos sitios impresionantes.

Tras yo que sé cuantas horas… hoy pillamos cama de verdad… mañana más, sed buenos.